Cada visita a una cárcel sobrepoblada representa un viaje hacia el interior de la vida privada de la persona detenida, de la comunidad de detenidos y del personal que allí trabaja. Los delegados del CICR se valen de su sentido de la vista, el oído, el olfato y el tacto, junto con la empatía y el tiempo de observación, para explorar vulnerabilidades, descubrir los mecanismos de adaptación de los detenidos y del personal, y entender la intrincada complejidad del sistema penitenciario. Más allá de lo que queda de dignidad humana en estos lugares de detención, cuando los mecanismos de adaptación se convierten en mecanismos de supervivencia, el sufrimiento demuestra que la sobrepoblación no está nada bien. A ello se suma el concepto de que si la sobrepoblación carcelaria "no es culpa de nadie", cada individuo y cada institución del sistema de justicia penal tienen la responsabilidad de crear soluciones.